Mujeres en la Música

Publicado en la revista Scherzo

Madrid. Auditorio Nacional de Música. 28-XI-2016. Orquesta del Real Conservatorio de Música de Madrid. Ruth Iniesta, soprano, Alejandro del Cerro, tenor, y el Coro de voces blancas María Rodrigo. Director: José Luis Temes. Obras de María Rodrigo y Francisco Calés. 

La compositora madrileña María Rodrigo Bellido (1888-1967), profesora del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid antes de la guerra civil, fue homenajeada por el propio RCSMM en vísperas del cincuentenario de su fallecimiento.

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Hay que agradecer a José Luis Temes que parte de su proteica obra de dirección orquestal la haya dedicado a dar a conocer a los relegados de la composición, categoría donde entran, por razón de cuna, todas las compositoras. Ya grabó la Obra sinfónica completa de María Teresa Prieto (2007, Verso), además de otras compositoras contemporáneas en discos misceláneos. Ahora le toca el turno a María Rodrigo. La propia Orquesta del RCSMM, el Coro de voces blancas María Rodrigo, formado ad hoc para el efecto y dirigido por Raquel García Hervás, la soprano Ruth Iniesta, el tenor Alejandro del Cerro, y un delicioso grupo de “ninfas y gnomos” coreografiados por Patricia Roldán, todas y todos bajo la dirección de José Luis Temes, regalaron el pasado 28 de noviembre en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional una velada realmente excepcional.

Tres obras se interpretaron de la compositora, en orden inverso al cronológico de composición, más una “anacrusa” de otro profesor preterido del propio Conservatorio, Impresiones sinfónicas (1914-1939) de Francisco Calés Pina.

Primeramente sonó La copla intrusa (ca. 1930), interesante pieza, de lenguaje muy fresco y contemporáneo, a pesar de tratar sobre ritmos populares españoles, que en ese tiempo solían tener un tratamiento más consevador. Solamente esta pieza denota un manejo de la escritura orquestal que la pone a la misma altura que muchos de los Maestros de la generación a la que perteneció la madrileña. En esta y la siguiente se nota el aprovechamiento de las becas de la Junta de Ampliación de Estudios, que la llevó a estudiar en varios países de Europa, fundamentalmente Alemania, por más que las derivas estéticas transiten a un nacionalismo musical del que era difícil escapar en el primer tercio de siglo.

La segunda obra fue Rimas infantiles (1921). Un título así imagino que no se le hubiera ocurrido ponerlo a un compositor de su propia generación (sin ir más lejos, y por ceñirnos a este recital, Impresiones sinfónicas viste mucho más, aunque el aliento no sea en absoluto mayor). El subtítulo aclara, por si quedase alguna duda: “Fantasía sobre canciones infantiles tradicionales españolas”. En un mundo donde la educación “infantil” es minusvalorada de por sí, y donde “los niños” y su mundo se piensa que son responsabilidad femenina, estas explícitas declaraciones de intencionales facilitaron el olvido subsecuente. Rimas infantiles es una gran suite, con una orquestación es muy efectiva y sin abuso de recursos facilones. Las conocidas melodías, transformadas, van apareciendo, se hacen reconocibles, pero exigen un esfuerzo por parte de quien escucha. La textura orquestal flirtea con pasajes disonantes, lo que hace más atractiva su escucha. Otra vez se hace presente la veta educativa de la autora, transustanciada en formato de gran música.

Finalmente, en la segunda parte del programa, llegó Becqueriana, que ha pasado por ser la primera ópera estrenada en España por una compositora, efemérides que tuvo lugar en el Teatro de la Zarzuela en 1915 con gran éxito. Dejemos de lado que pienso que tal mérito corresponda a Llüisa Casagemas i Coll (que estrenó su Schiava e Regina en 1894, como se reseña en Ilustración Musical Hispano Americana, de 15 de enero de tal año). Con libreto de los hermanos Álvarez Quintero, el argumento, tomado de la Rima XI de Gustavo Adolfo, es quizá de lo más flojo. Desde el punto de vista musical, me parecieron más interesantes las obras de la primera parte, aunque puede que sea una cuestión de gustos. Se deben resaltar dos presencias: la de un coro de “voces blancas” formado, como quería Rodrigo, por jóvenes “de a pie”, y no profesionales; y el pequeño ballet, delicioso. Al día siguiente de su estreno en 1915, la prensa madrileña se deshacía en elogios. Con uno de los tópicos más groseros, se celebraba a María Rodrigo porque “componía como un hombre”. Otro gallo hubiera cantado, desde luego, de haber nacido con sexo cambiado. Y ahora no tendríamos que presentarla como un (re)descubrimiento porque formaría parte de la nómina canónica de quienes hay que conocer.

En un país como el nuestro, donde la falta de educación musical sigue explicando principalmente el desastre del estado de la cuestión en niveles superiores (en industria, en cifras, en cultura, en definitiva), o está de más subrayar cómo a quienes se han empeñado en educarnos se les ha correspondido con el pago del desprecio. Los conservatorios no educan musicalmente a un pueblo, sino las escuelas y otras iniciativas populares, “de barrio”, diríamos hoy. Ahí el papel de María Rodrigo, y de otras muchísimas mujeres, ha sido impagable. Crearon conjuntos corales, compusieron repertorio atractivo y de calidad, pero sin romper amarras con lo que la gente de a pie valoraba como música, interpretaron música por doquier, a cambio de un precio o gratis, y se preocuparon de crear un corpus pedagógico que en España no existía. Así, desde el siglo XIX. Tras su exilio, Rodrigo continuó esta meritísima labor docente en Colombia, que se extendió hasta 1950, y en Puerto Rico, donde falleció sin haber vuelto a España.

Los filtros patriarcales se encargaron de borrar rápidamente su memoria general, como la de tantas mujeres del primer tercio del siglo XX, institucionistas entonces, que hoy llamaríamos feministas. A mayores, el elitismo de los Conservatorios se olvidó de ellas también, sin importarle que fueran de “las suyas”, y de las que más hicieron por ensanchar una cantera que luego llenara los centros superiores. A día de hoy, se desconoce dónde duermen la mayor parte de las partituras que escribiera. Como bien señalaban las Notas, María Rodrigo se adelantó en diez años con sus iniciativas a las Misiones Pedagógicas.

Una gran noche por tanto, de celebración, y con un Auditorio Nacional casi lleno. Gracias a quienes lo han hecho posible.

(Mientras escuchaba el concierto, me iba fijando en distintos detalles. Entre ellos, que cuatro de los seis contrabajos de la Orquesta estaban tocados por mujeres. Algo que sin antecedentes como María Rodrigo, y otras muchas como ella, habría sido impensable.)